Cuando yo era chica, el negocio del momento era poner una remisería. Todos querían hacerse millonarios con un fiat duna blanco y una corbata berreta color bordó.

Un año después, el hit eran los parripollos y los tenedores libres que ofrecían cordilleras de camarones y helado sintético por ocho pesos el cubierto. Después fueron los maxikioscos o polirubros, más adelante los negocios “Todo x $2″, los desayunos delivery (que todavía la siguen remando con esas pastafrolas ratonas y duras a las que llaman “delicatessen”) y hasta hace poco los restaurantes de sushi de medio pelo.

Hoy, paralelamente al ocaso del sushi hay otro negocio que amenaza con transformarse en el nuevo boom del verano. La última receta para ser millonario es ser “emprendedor 2.0″

Por desgracia, el término “emprendedor” es tan amplio que cobija, sin querer, un montón de acepciones. No es extraño, entonces, que gran cantidad de payasos y oportunistas se aprovechen de esta vaguedad semántica para colarse por las hendijas de este maltratado y novedoso rubro virtual.

¿Con esto qué quiero decir? Que hay mucha gente trabajadora, creativa, respetable que puede definirse, si quiere, como “emprendedor”, pero que por cada uno de ellos, hay 115 parásitos monocordes y charlatanes tratando de pegarse al boom 2.0 de la web sin hacer otra cosa que chuparle las medias a otros emprendedores, copiar artículos de microsiervos y sacarse un avatar en Second Life.

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